CAPÍTULO I
Al castillo del conde han traído una prisionera, se llama Azufaifa y es la más bella flor que ha llegado del frío norte. Sus facciones y su talle cumplirían los sueños mas ardientes del hombre mas exigente.
Fue raptada de una caravana con destino al vecino reino y tiene el porte de una princesa.
Ha sido encerrada en la torre oeste y no ha tardado ni un día en ser visitada por mi señor.
Al conde no le gusta que se le contradiga, si no obedece le aplicará castigos que doblegarán su orgullo hasta que haga todo lo que le ordene sin resistirse.
He conseguido hablar con una de las doncellas que le llevan la comida cuando me encontraba de guardia en la entrada de la torre oeste. Allí sólo hay un aposento de dos plantas que nadie usaba desde la última visita de nuestro rey hace casi dos años. Desde la entrada arranca una empinada escalera interior de piedra que llega a la primera planta para continuar en madera la subida al dormitorio con chimenea y suelo de madera. No hay ventanas hacia el patio del castillo, apenas unas rendijas cerradas con alabastro dan luz tamizada al interior. Desde el dormitorio se puede subir a las almenas con una escala de mano que se guarda en la planta inferior junto a la leña. La torre está asentada sobre la roca que duplica su altura, el castillo es prácticamente inexpugnable.
Me cuenta la fámula que esta dama es hermosa pero que siempre está triste por su mala suerte.
Cuando es llamada a la cámara secreta debe estar rasurada, lavada y vestida con una simple túnica que le oculta de las miradas obscenas de los siervos del castillo. Al salir de su celda, siempre de noche, le venda los ojos para que no conozca el camino por si quiere escapar, le amordaza, y le lleva con las manos atadas a través de pasadizos desiertos hasta la cripta excavada bajo la iglesia donde le obliga a ser su esclava sexual hasta que se harta de su cuerpo y la devuelve a su camarín exhausta y temblorosa.
Quien fuera el conde para disfrutar de esa piel blanca que no ha sido tocada por el sol, para estrujar esos pechos que recuerdo duros como el mármol y con unos grandes pezones que se elevan como torres enhiestas al ser azotados por sus manos duras y calientes. ¿Porqué tuve la ocasión de tocarla?
Ah! sus pechos, como desearía abarcarlos con mis manos y morderlos suavemente mientras ella se estremece de placer. No puedo dejar de pensar en ella desde que fui llamado para llevarla a su cuarto una noche de tormenta. Se había desmayado atada en el potro y me dejaron solo mientras la soltaba de los nudos que apretaban sus manos amoratadas y sus pies fríos.
No pude evitar la tentación de robarle un beso suave que me dejó su sabor a cereza y disfruté la sensación de rozar su piel dormida pero erizada por el frío y arañada por la pasión de los azotes propinados en el castigo.
Tal fue mi excitación que me arriesgué a ser juzgado por traición y la poseí allí mismo en un breve pero intenso momento de locura que se repite en mis sueños cada noche. Su cuerpo desmadejado se dejó acomodar para abrir sus labios a mi duro miembro que se disolvió en un éxtasis total.
Fue un momento después de mi placer cuando se abrieron sus ojos verdes que me miraron sorprendidos. No hubo tiempo de más pues se oyeron ruidos en la puerta y ella fingió seguir sin sentido. Su actitud me salvó la vida y me dio alas para sentirme aceptado. Tras el ruido llegó el escudero del conde quien me ordenó llevarla a la torre después de cubrirle con una manta.
Cargué con su cuerpo, mas liviano de lo que esperaba, feliz de mantener el contacto con sus formas memorizadas en un instante. Al llegar a la torre el escudero me indicó que la dejara sobre la cama y la tapara. Le pregunté si encendía la chimenea ya que refrescaba con la tormenta y me dejó encerrado con ella para volver más tarde.
En esos minutos que tardó en bajar a hablar con el conde perdí del todo el norte y abrazado a mi locura le juré sacarla de su prisión como si supiera cómo escapar de la torre oscura. Ella lloró de felicidad y yo de compasión y miedo por la suerte que nos esperaba si algo fallaba en el plan que estaba tramando mientras le besaba y frotaba las manos arrodillado ante mi diosa pálida.
Tuve que afanarme para encender el fuego antes de que volviera el escudero mientras ella me decía que se mataría si no la salvaba del dominio del conde antes del otoño.
CONTINUARÁ
22 de noviembre de 2005
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